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jueves, 23 de abril de 2015

Segunda parte: La lucha armada, una acción global.
«Por eso, un principio fundamental es que no se debe dar, de ninguna manera, batalla que no se gane, combate o escaramuza que no se gane


Comandante Ernesto «Che» Guevara, La guerra de guerrillas.

Si existe un documento determinante y de radical influencia en el desarrollo y desenvolvimiento de las luchas armadas de nuestro siglo y de gran parte del pasado, ese es el libro del Che La guerra de guerrillas, manual operativo e ideológico básico en el que se explica cómo desde un núcleo débil formado por las clases oprimidas se puede construir una resistencia factible al poder opresor de gobiernos e imperios estructurados y dotados de ejércitos regulares. Este manual, compendio de las experiencias chinas, vietnamitas y argelinas en la resistencia contra el colonialismo, fue el punto de partida que estuvo al borde de provocar una seria desestabilización política en los países capitalistas más poderosos del planeta.
El pacifismo afirma que las sociedades deben renunciar al uso de la violencia para la resolución de sus conflictos, ignorando que son actores políticos y económicos los que provocan el conflicto, y para zanjarlo a su favor entre las muchas posibilidades que eligen está la guerra. Esto es hoy más evidente que nunca ya que los modos de hacer la guerra y ejercer la opresión y la explotación sobre las masas proletarias se han diversificado exponencialmente.
Como no podía ser de otra forma, las derrotas cosechadas en el sudeste asiático y el norte de África provocaron una respuesta que se construyó inicialmente elaborando nuevas bases teóricas. Como expresaba el general golpista argentino López Aufranc:
«No conocíamos la importancia de la población en este tipo de guerras, nosotros habíamos pensado siempre en la guerra clásica, el infante con el fusil, con el tanque, el cañón… no habíamos pensado que el cuchillo o la soga serían nuestras armas, con la sangre se aprenden muchas cosas»
Estaba naciendo un nuevo modus operandi que se había gestado como respuesta a la luchas guerrilleras de mediados del s. XX y que tenía su origen en el manual elaborado por el «Centro de entrenamiento para la guerra subversiva» en Francia. Partía de las experiencias del ejército francés en Argelia. Este centro de entrenamiento (Centre entrainement à la guerre subversive) fue fundado por el ministro de defensa francés Jacques Chaban-Delmas, por una iniciativa del general Bigeard. Una de las obras básicas era el libro La guerra moderna de Roger Trinquier, coronel del cuerpo paracaidista francés, que plasmaba las experiencias en la guerra de Argelia y en donde se justificaban y desarrollaban las técnicas de tortura, secuestros y desapariciones como tácticas fundamentales para enfrentar la guerra subversiva o guerra de guerrillas. En este centro no solo recibían formación oficiales franceses, también portugueses e israelíes acudían a este panal para  aprender a enfrentar la lucha armada palestina o angoleña. De estas experiencias y del libro anteriormente mencionado nació el manual La guerra revolucionaria, germen de lo que fue la escuela militar de golpistas y torturadores más famosa de la historia, la llamada «Escuela de las Américas», financiada y soportada en su mayor parte con capital estadounidense. El objetivo de esta escuela y sus miembros era frenar el avance que los movimientos sociales de izquierda estaban logrando en Sudamérica e impedir que los recursos naturales, fundamentales para el sostenimiento y crecimiento del proyecto imperialista americano acabasen en manos del pueblo.
Lo primero que comprendieron los militares es que la guerra de guerrillas tenía su base fundamental en el apoyo popular. Como muy bien explicaba el comandante Che Guevara:
«…el guerrillero cuenta entonces con todo el apoyo de la población del lugar. Es cualidad sine qua non. Y se ve muy claro, tomando como ejemplo gavillas de bandoleros que operan en una región; tienen todas las características de un ejército guerrillero: homogeneidad, respeto al jefe, valentía, conocimiento del terreno y, muchas veces, hasta cabal apreciación de la táctica a emplear. Falta sólo el apoyo del pueblo (del que los bandoleros obviamente carecían); e inevitablemente estas gavillas son detenidas o exterminadas por la fuerza pública».
Contrarrestar ese apoyo popular se convirtió, pues, en algo prioritario para las fuerzas opresoras, de modo que los ejércitos regulares que originalmente tenían como función defender la integridad territorial y las fronteras de un país, dejaron de apuntar sus fusiles hacia el exterior y los volvieron al interior, con el objetivo de sembrar el terror entre los civiles desarmados y minar así la moral y los apoyos que sustentaban la lucha guerrillera. Una nueva y monstruosa forma de ejercer la opresión estaba naciendo y, con los años, se demostró que resultaba el camino más obvio para la victoria del capital sobre las masas. Los éxitos cosechados por esta nueva forma terrible de hacer la guerra no se hicieron esperar: Chile, Argentina, Palestina o Irlanda del Norte fueron, sin duda, los escenarios más exitosos de este tipo de guerra y estos éxitos se vieron implementados por nuevas tácticas aportadas por el ejército de los EEUU. La desinformación, la contra propaganda, el bloqueo económico o la difamación mediante medios de comunicación en los foros mundiales jugaron también un papel destacado que fue alimentando esta nueva forma de hacer la guerra que, como decía, tuvo su origen en la llamada «doctrina francesa».
Muy pronto los teóricos del capitalismo fueron conscientes del valor económico de estas nuevas estrategias. ¿Por qué luchar en un bando cuando puedo lucrarme luchando en ambos? El caso más popular de este concepto lo tenemos en la guerra Irán-Iraq (conocida en Irán como «La Guerra Impuesta»,  1980-1988) y en el escándalo surgido en Estados Unidos ante las revelaciones del coronel Oliver North, que descubrió al público estadounidense que su país no sólo financiaba y soportaba militarmente a Saddam Hussein, líder iraquí, sino que también vendía armas de forma indirecta a Irán. De este modo, los beneficios para el capital estaban garantizados y, al mismo tiempo, las clases populares quedaban condenadas a un régimen de terror constante. Todo eran beneficios. Estas estrategias alcanzaron su punto álgido en 1992 y, una vez más, tuvieron como escenario a Argelia.
Como muy bien nos relata Nesroulah Yous en su libro La muerte en Bentalha, guerra y manipulación política en Argelia, las estrategias para impedir el ascenso democrático de partidos islamistas pasaban por integrar infiltrados en estos que radicalizaran el movimiento para justificar, así, la posterior represión. Los beneficios para el nuevo neocolonialismo capitalista eran evidentes:
«Desde finales de 1993 carecíamos de transporte público y tuvimos que esperar algo más de un año para que furgonetas particulares se encargaran de conectarnos con los diferentes barrios y con Argel. En realidad, gracias a la aniquilación de sectores completos de la economía estatal, las empresas privadas no solamente se habían podido establecer, sino también adquirir determinados monopolios».
¿Nadie se pregunta por qué no ha habido «primaveras» en países como Argelia o Marruecos? Estas no eran necesarias pues todo el tejido económico se encontraba ya en manos de monopolios. Así llegamos hasta las luchas armadas en Iraq o en Afganistán. En Afganistán la situación es particularmente compleja, de hecho, Afganistán como entidad nacional es un estado fallido, no existe de facto Afganistán, se trata de un conglomerado de tribus y facciones que juegan siempre en «corto» y que son instrumentalizadas por los monopolios a través de gobiernos títeres. La experiencia de la lucha guerrillera contra la Unión Soviética ha sido aprovechada por los estadounidenses para llevar un nuevo tipo de guerra ideológica a los países del islam y con la que, en un principio, las poblaciones musulmanas pudieran verse identificadas. De este modo, y con dinero saudí, los llamados afghani o veteranos de la guerra de Afganistán fueron enviados a los cuatro vientos para prender la llama del caos. Un caos que, como hemos visto, sólo beneficia a los capitalistas de Occidente y a sus cipayos saudíes.
Cuando veo las tácticas de terror de Daesh y del movimiento Talibán, no veo nada de islámico en ellas, veo claramente la influencia de la perniciosa «Escuela de las Américas».

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