Segunda parte: La lucha armada, una acción global.
«Por
eso, un principio fundamental es que no se debe dar, de ninguna manera,
batalla que no se gane, combate o escaramuza que no se gane.»
Comandante Ernesto «Che» Guevara, La guerra de guerrillas.
Si
existe un documento determinante y de radical influencia en el
desarrollo y desenvolvimiento de las luchas armadas de nuestro siglo y
de gran parte del pasado, ese es el libro del Che La guerra de guerrillas,
manual operativo e ideológico básico en el que se explica cómo desde un
núcleo débil formado por las clases oprimidas se puede construir una
resistencia factible al poder opresor de gobiernos e imperios
estructurados y dotados de ejércitos regulares. Este manual, compendio
de las experiencias chinas, vietnamitas y argelinas en la resistencia
contra el colonialismo, fue el punto de partida que estuvo al borde de
provocar una seria desestabilización política en los países capitalistas
más poderosos del planeta.
El
pacifismo afirma que las sociedades deben renunciar al uso de la
violencia para la resolución de sus conflictos, ignorando que son
actores políticos y económicos los que provocan el conflicto, y para
zanjarlo a su favor entre las muchas posibilidades que eligen está la
guerra. Esto es hoy más evidente que nunca ya que los modos de hacer la
guerra y ejercer la opresión y la explotación sobre las masas
proletarias se han diversificado exponencialmente.
Como
no podía ser de otra forma, las derrotas cosechadas en el sudeste
asiático y el norte de África provocaron una respuesta que se construyó
inicialmente elaborando nuevas bases teóricas. Como expresaba el general
golpista argentino López Aufranc:
«No
conocíamos la importancia de la población en este tipo de guerras,
nosotros habíamos pensado siempre en la guerra clásica, el infante con
el fusil, con el tanque, el cañón… no habíamos pensado que el cuchillo o
la soga serían nuestras armas, con la sangre se aprenden muchas cosas»
Estaba naciendo un nuevo modus operandi
que se había gestado como respuesta a la luchas guerrilleras de
mediados del s. XX y que tenía su origen en el manual elaborado por el
«Centro de entrenamiento para la guerra subversiva» en Francia. Partía
de las experiencias del ejército francés en Argelia. Este centro de
entrenamiento (Centre entrainement à la guerre subversive)
fue fundado por el ministro de defensa francés Jacques Chaban-Delmas,
por una iniciativa del general Bigeard. Una de las obras básicas era el
libro La guerra moderna de Roger Trinquier, coronel del cuerpo
paracaidista francés, que plasmaba las experiencias en la guerra de
Argelia y en donde se justificaban y desarrollaban las técnicas de
tortura, secuestros y desapariciones como tácticas fundamentales para
enfrentar la guerra subversiva o guerra de guerrillas. En este centro no
solo recibían formación oficiales franceses, también portugueses e
israelíes acudían a este panal para aprender a enfrentar la lucha
armada palestina o angoleña. De estas experiencias y del libro
anteriormente mencionado nació el manual La guerra revolucionaria,
germen de lo que fue la escuela militar de golpistas y torturadores más
famosa de la historia, la llamada «Escuela de las Américas», financiada
y soportada en su mayor parte con capital estadounidense. El objetivo
de esta escuela y sus miembros era frenar el avance que los movimientos
sociales de izquierda estaban logrando en Sudamérica e impedir que los
recursos naturales, fundamentales para el sostenimiento y crecimiento
del proyecto imperialista americano acabasen en manos del pueblo.
Lo
primero que comprendieron los militares es que la guerra de guerrillas
tenía su base fundamental en el apoyo popular. Como muy bien explicaba
el comandante Che Guevara:
«…el guerrillero cuenta entonces con todo el apoyo de la población del lugar. Es cualidad sine qua non.
Y se ve muy claro, tomando como ejemplo gavillas de bandoleros que
operan en una región; tienen todas las características de un ejército
guerrillero: homogeneidad, respeto al jefe, valentía, conocimiento del
terreno y, muchas veces, hasta cabal apreciación de la táctica a
emplear. Falta sólo el apoyo del pueblo (del que los bandoleros
obviamente carecían); e inevitablemente estas gavillas son detenidas o
exterminadas por la fuerza pública».
Contrarrestar
ese apoyo popular se convirtió, pues, en algo prioritario para las
fuerzas opresoras, de modo que los ejércitos regulares que originalmente
tenían como función defender la integridad territorial y las fronteras
de un país, dejaron de apuntar sus fusiles hacia el exterior y los
volvieron al interior, con el objetivo de sembrar el terror entre los
civiles desarmados y minar así la moral y los apoyos que sustentaban la
lucha guerrillera. Una nueva y monstruosa forma de ejercer la opresión
estaba naciendo y, con los años, se demostró que resultaba el camino más
obvio para la victoria del capital sobre las masas. Los éxitos
cosechados por esta nueva forma terrible de hacer la guerra no se
hicieron esperar: Chile, Argentina, Palestina o Irlanda del Norte
fueron, sin duda, los escenarios más exitosos de este tipo de guerra y
estos éxitos se vieron implementados por nuevas tácticas aportadas por
el ejército de los EEUU. La desinformación, la contra propaganda, el
bloqueo económico o la difamación mediante medios de comunicación en los
foros mundiales jugaron también un papel destacado que fue alimentando
esta nueva forma de hacer la guerra que, como decía, tuvo su origen en
la llamada «doctrina francesa».
Muy
pronto los teóricos del capitalismo fueron conscientes del valor
económico de estas nuevas estrategias. ¿Por qué luchar en un bando
cuando puedo lucrarme luchando en ambos? El caso más popular de este
concepto lo tenemos en la guerra Irán-Iraq (conocida en Irán como «La
Guerra Impuesta», 1980-1988) y en el escándalo surgido en Estados
Unidos ante las revelaciones del coronel Oliver North, que descubrió al
público estadounidense que su país no sólo financiaba y soportaba
militarmente a Saddam Hussein, líder iraquí, sino que también vendía
armas de forma indirecta a Irán. De este modo, los beneficios para el
capital estaban garantizados y, al mismo tiempo, las clases populares
quedaban condenadas a un régimen de terror constante. Todo eran
beneficios. Estas estrategias alcanzaron su punto álgido en 1992 y, una
vez más, tuvieron como escenario a Argelia.
Como muy bien nos relata Nesroulah Yous en su libro La muerte en Bentalha, guerra y manipulación política en Argelia,
las estrategias para impedir el ascenso democrático de partidos
islamistas pasaban por integrar infiltrados en estos que radicalizaran
el movimiento para justificar, así, la posterior represión. Los
beneficios para el nuevo neocolonialismo capitalista eran evidentes:
«Desde
finales de 1993 carecíamos de transporte público y tuvimos que esperar
algo más de un año para que furgonetas particulares se encargaran de
conectarnos con los diferentes barrios y con Argel. En realidad, gracias
a la aniquilación de sectores completos de la economía estatal, las
empresas privadas no solamente se habían podido establecer, sino también
adquirir determinados monopolios».
¿Nadie
se pregunta por qué no ha habido «primaveras» en países como Argelia o
Marruecos? Estas no eran necesarias pues todo el tejido económico se
encontraba ya en manos de monopolios. Así llegamos hasta las luchas
armadas en Iraq o en Afganistán. En Afganistán la situación es
particularmente compleja, de hecho, Afganistán como entidad nacional es
un estado fallido, no existe de facto Afganistán, se trata de un
conglomerado de tribus y facciones que juegan siempre en «corto» y que
son instrumentalizadas por los monopolios a través de gobiernos títeres.
La experiencia de la lucha guerrillera contra la Unión Soviética ha
sido aprovechada por los estadounidenses para llevar un nuevo tipo de
guerra ideológica a los países del islam y con la que, en un principio,
las poblaciones musulmanas pudieran verse identificadas. De este modo, y
con dinero saudí, los llamados afghani o veteranos de la
guerra de Afganistán fueron enviados a los cuatro vientos para prender
la llama del caos. Un caos que, como hemos visto, sólo beneficia a los
capitalistas de Occidente y a sus cipayos saudíes.
Cuando
veo las tácticas de terror de Daesh y del movimiento Talibán, no veo
nada de islámico en ellas, veo claramente la influencia de la perniciosa
«Escuela de las Américas».
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