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jueves, 14 de octubre de 2021



EL PACIFISMO
 
«La guerra nunca es un acto aislado» 
 
(Carl Von Clausewitz).
 
 
En estos tiempos de terrorismo internacional, de ataques preventivos y operaciones libertadoras y democratizantes, encuentro entre muchos de mis paisanos un desconocimiento grave y profundo sobre la violencia y su naturaleza. No voy a hacer una disertación filosófica sobre pacifismo versus violencia, ni me voy a remontar al siglo V a.C y la Grecia clásica para hablaros de una cuestión que, en realidad, jamás ha estado fuera del candelero. Pero lo que es indiscutible es que, a lo largo de la historia, la violencia y el uso de la misma siempre han sido vistas como un equipaje irrenunciable de nuestra especie, y no es hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial que los primeros movimientos pacifistas empiezan a tener cierto seguimiento en Europa. 
 
El asunto no era para menos. La Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial, fue para todos los que en ella participaron, una «sorpresa» inesperada y muy traumática. Jamás antes se había visto una guerra de esas características. Hasta entonces la guerra era algo ligado al «honor», a la «virilidad», y se suponía que tenía unas reglas no escritas que todo caballero debía respetar (esto, por supuesto, es una verdad a medias, pero no me voy a extender en ello). Los modelos de explotación capitalistas y sus teorías de maximización de beneficios fueron entonces aplicados a la estrategia bélica, junto con toda una serie de nuevas tecnologías. Los resultados fueron terroríficos. 60 millones de europeos fueron movilizados para la guerra, 11 millones jamás regresaron a sus casas y más de 9 millones sufrieron heridas físicas y psicológicas de las que jamás se recuperaron. Entre la población civil, las bajas por causa directa de la guerra o indirectamente por enfermedades y hambre son incontables, además de dejar algunas zonas de Europa prácticamente despobladas.
 
Pero como además la especie humana tiene la insana costumbre de tropezar dos veces en la misma piedra, 20 años más tarde repetimos la jugada con la II Guerra Mundial. Esta última vio el nacimiento de un arma que, desde entonces hasta hoy, lo ha cambiado absolutamente todo. Los EEUU se hicieron con el poder de lanzar un sol en miniatura sobre sus enemigos y hacerlo estallar.
 
¿Fue el descubrimiento de esta poderosa arma el final de los conflictos? En absoluto. Tras la Segunda Guerra Mundial una serie de conflictos, siempre patrocinados por el imperio USA, han ido jalonando nuestra historia reciente hasta hoy, desde Corea, hasta la invasión de Afganistán o Iraq. Ha sido un no parar. En todo ese tiempo el movimiento pacifista fue adquiriendo fuerza y resonancia mundial. Posiblemente, entre los santos patrones del pacifismo, los más famosos sean el astrónomo Arthur Eddintong, un cuáquero profesor en la universidad de Cambridge que se había negado a participar en la I Guerra Mundial, y su amigo en la distancia, Albert Einstein (Arthur era inglés y Albert alemán, sus naciones eran enemigas). Pero el que más relevancia y fama ha alcanzado, sobre todo gracias al cine de Hollywood, es Gandhi, figura sobre quien se hizo una película protagonizada por el actor Ben Kingsley, y que alcanzó la fama mundial.
 
Y es en este punto donde llegamos al meollo de la cuestión.  Hasta la llegada del capitalismo y sus métodos las guerras habían sido algo localizado en el espacio y limitadas en el tiempo. Jamás habían tenido la continuidad y capacidad destructiva que se contempló durante el siglo XX. La famosa Guerra de los 100 años (1 de enero de 1337 – 17 de octubre de 1453) no había sido una guerra constante, era una guerra a «espasmos», por así decirlo, y perfectamente localizada en el escenario francés y germano.
 
El modelo capitalista había hecho de la guerra una compañera inseparable y necesaria para la consecución de sus objetivos. La guerra ya no era «la consecución de un acto político llevado a sus últimos extremos», como manifestaba Clausewitz. Se había convertido en una herramienta indispensable para el enriquecimiento de las clases burguesas de Occidente. El colonialismo británico o francés sólo era un anticipo de todo lo que después sucedió en Europa. Las masacres de los «casacas rojas» en África o de la Légion Étrangère francesa sólo eran el primer plato de sangre que no tardarían mucho en probar los europeos. Poco sospechaban los acomodados europeos lo que se les venía encima. De toda esta sangre vertida a través de los años nace un movimiento pacifista legítimo pero que, en realidad, no era más que una huida hacia delante, una huida de tanto horror, terror y penuria que no ha sido capaz de dar una solución real después de tantos años.
 
Los movimientos pacifistas, hasta el día de hoy, no han obtenido ninguna victoria permanente. Siempre se presenta el caso de la «descolonización» de la India como un triunfo del pacifismo. Lo cierto es que esta es una visión simplificada de un hecho histórico complejo, que tiene más causas que la obra de Gandhi y los suyos, y donde la violencia, lo queramos o no, también jugó un papel destacado.
¿Por qué el modelo «pacifista» de Gandhi no se ha clonado en el mundo islámico? ¿Por qué haciendo uso de la no violencia no se logró la descolonización de Argelia o de Oriente Medio? La paz entre los hombres siempre ha sido base de capital importancia en el mundo islámico. Sin paz ni se construye el hombre, ni la sociedad. Sin paz estamos condenados al perpetuo exterminio:
 
«¡Oh, los que creéis! ¡Entrad todos en la Paz y no sigáis la senda extraviada de Satanás, que es vuestro enemigo declarado!» (2:208).
Con el islam Occidente había dado con la horma de su zapato. La sociedad islámica contemporánea era una sociedad que deseaba la paz, que necesitaba la paz para prosperar pero que, al mismo tiempo, no tenía complejos en usar la violencia para defender la vida de los creyentes y sus valores.  Y en cada ocasión que lo hizo, lo hizo mostrando una capacidad de sacrificio que no tenía nada que envidiar a las armas más poderosas del tecnológico Occidente. La sociedad islámica contemporánea no había pasado por el mismo recorrido histórico que Occidente, ni lo necesitaba. El islam en su totalidad había renunciado hacía mucho tiempo a seguir extendiendo su influencia por medio de la violencia, y eran imperios como el Otomano que, en pos de sus ambiciones territoriales, y no por afán religioso, continuaban haciendo la guerra. No sólo contra cristianos, sino también contra sus propios hermanos en el norte de África o en Arabia. No había «guerra santa», como los occidentales la llaman, sino ambiciones terrenales tras las que se escondían pashas y sultanes.
 
El mundo islámico nunca provocó dos guerras mundiales, ni arrojó jamás ninguna arma atómica sobre poblaciones civiles, llevándose por delante millones de vidas humanas. Repito MILLONES DE VIDAS HUMANAS (31 millones de bajas en la Primera Guerra Mundial + 73 millones de bajas en la Segunda Guerra Mundial nos dejan el escalofriante resultado de 104 millones de muertos). Se acusa al islam de ser una religión belicosa y violenta, y se la acusa desde la sociedad que más millones de muertos ha dejado en toda la historia de la humanidad. Occidente tiene las manos tan manchadas de sangre que carece ya de cualquier autoridad moral, su pacifismo no tiene calado en Oriente, sencillamente porque para nosotros, los musulmanes, no es creíble, no pasa de ser una bella declaración de intenciones de las muchas y muy buenas personas que viven también bajo la opresión de los suyos allá. Pero, por desgracia y hasta el momento, es sólo un bello árbol sin frutos. O este es, al menos, mi humilde punto de vista.
 
Así las cosas, y ante la ofensiva neocolonial que el mundo islámico sufre de manos de Israel y sus lacayos yanquis, se nos reprocha ser violentos, ser terroristas. El capitalismo es el mayor vendedor de camisetas del Che Guevara del mundo. Si algo no son los oligarcas capitalistas es tontos, son muy inteligentes y saben usar cualquier argumento y estrategia, por noble e inocente que parezca, en su propio beneficio. Pretenden que nos sintamos culpables, acomplejados, nos etiquetan y nos ponen en sus estantes «sociedad violenta, extermínese». Victimizan al verdugo y satanizan a las víctimas. Mi respuesta es NO, no os seguiremos el juego, seguiremos defendiendo nuestras familias, nuestros hogares, nuestros valores, tal y como nos enseña el Sagrado Corán. No vamos a renunciar a tener nuestra porción de paz y felicidad en este mundo que es de todos y que es un regalo, un maravilloso regalo, alhamdulillah.

FORNITE NO ES UN VIDEOJUEGO

Arrancarme a escribir este artículo no ha sido nada fácil. Siento un gran respeto por todos los aficionados a los videojuegos. Me molestan particularmente las etiquetas como por ejemplo “casual”, porque es evidente el tono despectivo con el que va cargado el término. Si solo te gusta jugar a FIFA eres un “casual”, si solo juegas al CoD “eres un casual, si juegas en el móvil eres un supermega “casual”. Para mí, todos son videojugadores, y todos buscamos lo mismo en el videojuego, esos momentos de rara evasión, la aventura, el reto de habilidad o intelectual,  vivir otras vidas, habitar otros mundos.

Otro motivo que me retenía a la hora de escribir estas palabras era la pasión que siento por los videojuegos como medio de expresión creativo, no solo de ocio, que tambien, pero sobre todo por ser un medio nuevo de expresión artística que lleva décadas ofreciendo auténticas joyas. Y cuando alguien ataca a un videojuego desde fuera del mundillo, sin tener ni p*** idea (como suele ser normal en los medios de manipulación masiva) desde el amarillismo, me dan ganas de comprarme un lanzallamas.

Pero realidades que he vivido en mi propio entorno familiar y ese runrún que no para de sonar de fondo en mis oídos me ha llevado a la conclusión de que he estado durante demasiado tiempo mirando para otro lado, negándome a ver lo que ya no se puede negar; Fornite es un cáncer dentro del mundo de los videojuegos que está atacando sobre todo y más que nada a los más jóvenes. Y a los menores en particular, sin piedad.

 


 

Decia Richard Feynman que cualquiera que esté dispuesto a aprender sobre algo, debe estar dispuesto tambien a cambiar sus ideas. Espero que mi reflexión os invite como poco a comprender mi punto de vista y porque considero que Fornite es un grave problema que debemos acometer sin más tardanza.

La adicción a determinados videojuegos es real, y está ligada al consumismo desbocado que hoy impera en la industria del videojuego. No somos pocos los que acumulamos tal cantidad de juegos en nuestras bibliotecas que necesitaríamos varias vidas para completarlos todos. Los aficionados a este medio estamos constantemente bombardeados desde redes sociales e internet por anuncios de novedades y lanzamientos que nos invitan a una nueva compra. Del mismo modo funciona Fornite en su ámbito particular. Fornite es un microuniverso de micropagos, en su mayor parte estéticos.

 

Que nadie se llame a engaño, Epic quiere que solo juguemos a Fornite, exclusivamente, no quiere que juguemos a ninguna otra cosa, ni quiere que gastemos nuestro dinero en nada que no sea la tienda de Fornite. La voracidad y la avaricia de estas grandes empresas harían palidecer al mismísimo Rockefeller. Un ejemplo de ello, tan solo una perla del collar, es como Epic ha intentado zafarse del porcentaje de beneficios que debe pagarle a Apple y Google por estar en sus tiendas para dispositivos móviles. Y ojo, no es que me esté posicionando en defensa de estas dos grandes multinacionales, más bien contemplo el espectáculo intentando no vomitar. Fornite antes de esta polémica ya ingresaba 300 millones dólares mensuales tan solo con los micropagos. Fornite es la caja de Skiner elevada a su enésima potencia

 No busco acusar a nadie, pero sí que se asuman actitudes más responsables que no veo por ninguna parte. Los youtubers y streamers más influyentes deberían ser conscientes del poder de condicionamiento que ejercen sobre los menores. Ni los hago responsables ni los señalo como culpables, pero son obviamente parte de una posible solución, pues por desgracia muchos de estos youtubers, pudiendo ofrecer alternativas a un juego adictivo, estan más que nada preocupados por elevar su audiencia y ser los perritos falderos de la compañía “X” a cambio de un patrocinio. Lo quieran o no, la realidad les pone como uno de los principales promotores de la adicción al Fornite.

Los padres, que por los motivos que sean, justificados o no, delegan la educación de sus hijos en youtubers y streamers, padres que se desinteresan por completo sobre que videojuegos consumen sus hijos, en que redes sociales se mueven o con quien se relacionan.

Lo más terrible de esto es ver como una y otra vez, padres y streamers cuando se les reprocha el modo de educar a sus hijos o espectadores en los videojuegos (o más bien de NO educar) se limitan a pasarse la pelota los unos a los otros. El responsable de la educación de los hijos en el mundo de los videojuegos es siempre “el otro” la culpa es siempre “del otro”. Demasiada gente dispuesta a linchar a los culpables, muy pocos dispuestos a proponer soluciones.

 Afortunadamente cada vez hay más padres “gamers” padres que han comprendido que hay que educar en el videojuego, enseñar a consumir responsablemente y hacer que sus hijos sepan cómo funciona esta industria que se está volviendo por momentos cada vez más peligrosa. Cada vez más próxima a un casino o una máquina tragaperras.

Las ludopatías son un tema muy serio, que está afectando gravemente al rendimiento escolar de millones de niños, y en consecuencia, a su futuro laboral. Demasiado difícil tienen su futuro como para además buscarles adicciones que les dejen sin opciones el dia de mañana.

Y sobre todo no puedo dejar de lado algo que como videojugadores nos debe entristecer y es saber que todos esos chavales que juegan solo y exclusivamente al Fornite, como Epic quiere, se están perdiendo todo un mundo de juegos que ampliarían sus horizontes y abrirían sus mentes. Como Fornite les arrebata el disfrute de un juego de Mario, vivir una aventura con Link, conocer el poder de la amistad en Kingdom Hearts…

Por eso Fornite es un cáncer que está haciendo metástasis incluso en sagas consagradas como Final Fantasy. Fornite mata la creatividad y les niega a los niños la posibilidad del descubrimiento y la aventura para mantenerlos encerrados en una jaula de competitividad hueca y estéril.