Islamofilia
No se
si ha sido suerte o desgracia, que en estos tiempos de islamofobia exacerbada,
alimentada por los medios del capital, yo sienta amor, casi pasión, por el
mundo islámico en general, por sus manifestaciones culturales, por su fe y todo
el conjunto de creencias que lo configuran. Lo confieso, en estos temas ni
puedo ni quiero ser imparcial, quiero ser justo, que es algo diametralmente
opuesto a la imparcialidad. Las palabras de Goytisolo me quedaron grabadas a
fuego en mi mente:
“Reducir
el Islam a una ideología y arma política para movilizar a las masas lo adultera
y empobrece, en la medida en que se le priva de su dimensión filosófica y
cultural, su rica experiencia mística, su legado artístico y literario. El
Coram, esta orquestación a la vez musical y semántica, como dice bellamente
Arqum, no es arma, sino propuesta.
La
situación degradada e injusta en la que viven actualmente la mayoría de los
pueblos musulmanes no debe llevarnos a confundir rasgos meramente accidentales
con los principios religiosos y éticos que articulan la vida de aquellos. El
Islam es también la arquitectura de Sinan, la palabra profética de Ibn ‘Arabí,
la poesía sufí, las creaciones literarias del shiismo en Irán, una admirable
sutileza espiritual e ingravidez metafísica”
¿Cómo
llegué a sentir esta pasión? ¿Cuál es su origen?
Cuando
naces en el sur de España, en Andalucía, al Andalus está por doquier. No
importa donde mires que la huella del Islam esta ahí. Para la mayoría es algo
en ocasiones imperceptible, palabras viejas que usamos y que de cuyo origen no
somos del todo conscientes ponen de manifiesto este lazo inquebrantable entre
los andaluces y el mundo islámico. Muchas veces términos sencillos: ojala,
almohada, jabón, salón, diván, alférez…palabras que esconden significados
antiguos y largos recorridos históricos que en principio permanecen ocultos
para los que no son conocedores del lenguaje, de la etimología y la semántica
de nuestra lengua. Pero en otros casos estas huellas son pisadas de elefante,
inequívocas y tan evidentes como la
Giralda, o el palacio de la Alhambra. El pasado islámico
esta en nuestros alimentos, en la forma en que cocinamos estos alimentos, en
los lugares donde procesamos esos manjares que regalamos al mundo: La almadraba
del atún, la almazara de la aceituna, la acequia que riega nuestros naranjos.
El andaluz lo quiera o no lleva inscrito en sus genes el pasado islámico, huir
de él o negarlo, es negar nuestra propia identidad. Algo que los castellanos
llevan proponiéndose desde hace siglos y que a duras penas han conseguido.
Cuando
era joven los medios y el régimen bajo el que vivimos sometidos estaba más
preocupado por el odio al comunismo, y el mundo islámico no era el enemigo. Se
presentaban los países musulmanes a nuestros ojos como países pobres, pueblos
atrasados, con cierto atractivo exótico, ideal para turistas occidentales,
donde la ventaja económica que teníamos sobre estos países los hacían lugares
ideales para recrear la fantasía del visitante que no solo viaja en el espacio,
también el tiempo. El atractivo de visitar lugares que eran capsulas del tiempo
pasado. Fue esta circunstancia la que atrajo mi atención cuando estaba en la
universidad. Yo era estudiante de historia, y eran muchos los países islámicos
que representaban para mi esas “capsulas del tiempo” donde durante siglos el
decorado y las costumbres habían permanecido inalterables. Los paises del Islam
atesoraban los restos de las mas antiguas y trascendentales civilizaciones de
la humanidad, sobre todo Mesopotamia y Egipto. Pero también si estaba
interesado en conocer la alta Edad Media, no se podía obviar el pasado
islámico, de importancia radical por el papel que tuvo de trasmisor de la
cultura y el pensamiento filosófico y científico grecolatino. El punto de
inflexión para mí, lo que me hizo poner toda mi atención en el mundo islámico
fue una asignatura que escogí por puro azar en mis años de carrera: Historia
del arte islámico. El profesor que la impartía tuvo una influencia muy grande
en mi, Alfredo Morales. Por primera vez en tres años de carrera asistía a unas
clases de verdadero nivel universitario. No me avergüenza confesar que tuve que
repetir la asignatura. El primer año solo conseguí un merecido suspenso. Pero
fue un verdadero placer volver de nuevo al año siguiente a esas clases con
renovadas fuerzas y con ganas de fajarme a fondo en el estudio y el
conocimiento de la cultura y las costumbres islámicas. Fue también muy
importante para mi aquella maravillosa serie documental llamada Alquibla, que
hacia un repaso exhaustivo por distintos escenarios y personajes del cultura
islámica del pasado y de la actualidad. Pronto fui consciente de que era
imposible un conocimiento cierto de estas materias sin tener al mismo tiempo un
mínimo conocimiento de la lengua árabe. Y fue en el estudio de la lengua árabe
donde nació un amor, tempestuoso, apasionado y sufrido que me llego hasta lo
mas hondo de mi ser. Nunca llegué a dominar la lengua árabe, aun hoy soy
incapaz de traducir textos sencillos, soy como un niño que apenas balbucea tres
o cuatro expresiones. La lengua árabe era un reto que ponía de manifiesto todas
mis debilidades y perezas, y aun así, no puedo dejar de amarla. La lengua más
bella que jamás estudié. Ni el francés, ni el inglés, ni el ruso, ni mucho
menos las lenguas clásicas, el latín y el griego habían sido capaces de
enamorarme tanto y de al mismo tiempo partirme el corazón como lo hizo el
árabe.
Cuando
empecé a tener contacto con comunidades de musulmanes el efecto que estas
ejercieron sobre mi, fue como el de la levadura en el bizcocho. Me hicieron
crecer en valores humanos, me hicieron sentir acogido, reconfortado, como el
que se sienta junto a una chimenea en el más frío de los inviernos. Me hicieron
comprender tantas cosas que no comprendía, me hicieron desechar lo peor de mi,
y sacaron lo mejor de mi, me hicieron musulmán, mumin, creyente, unitario y
solidario, descubrí la incontestable fortaleza de la Umma islámica.
Y
entonces llego el 11-S, las Torres Gemelas, y la guerra contra el terrorismo, y
fui testigo con mis hermanos, como en mi propia tierra, manifestar cualquier
minima empatia con la cultura islámica te convertía de facto en un bárbaro
terrorista. Me volqué en cuerpo y alma en mil debates y conversaciones para
defender a los míos, a la que era ya mi propia cultura y fe ante los que
vociferaban contra el Islam…fue inútil. Tarde tiempo en darme cuenta, no se podía
hacer nada, ni los más eruditos eran escuchados, ¿quien me iba a escuchar a mí?
Nada se podía hacer contra el poder de los medios de manipulación del occidente
capitalista.
Siempre pasa lo que tiene que pasar, sobre
todas las cosas Allah es siempre más sabio.
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